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Marcos Ana:
un hombre
cabal, un comunista ejemplar
|
Cuando muere un poeta
no pasa nada, apenas ni nos damos cuenta,
ni la lluvia queda
quieta,
ni las estrellas se
descuelgan,
ni los niños dejan de
jugar a la rayuela.
Nada. No pasa nada.
Todos los días nos
morimos.
Limosneros de pan y
de ternura,
dejamos la vida como
si tal cosa.
Como dejamos los
poemas sobre mesas,
o en paredes o en
plazas donde se amontonan
las huellas de los
besos y de las quejas.
No pasa nada cuando
nos morimos,
porque somos muchos
muriéndonos clandestinos,
en lugares sombríos
de humanidad,
porque somos tantos,
tantos los poetas que
vamos muriéndonos
huérfanos, errantes,
solitarios.
Amados desde
distancias remotas,
odiados por tener voz
y estrofas,
aislados en un mundo hostil
que
nos lleva de cabeza.
Nada pasa, nada.
O sí pasa.
Ocurre que si muere
un poeta
cerca del fuego y de
las lágrimas,
cerca de la sequía y
de las guerras,
cerca de la memoria y
de las picanas,
la muerte secuestra
una garganta insomne.
Cuando muere un poeta
y muere gritando a la barbarie
calla la voz
vigilante de quien quiso vivir en pie,
en paz,
eternamente.
Silvia Delgado
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