El
rojo de la colina.
Siendo La Cabilda
singular paraje, dehesa adornada de grandes alcornoques, encinas, enebros
y jaras, hábitat natural de aves y
reptiles autóctonos, constituye un regalo de la naturaleza para cuantas
personas buscan relajo y sano esparcimiento en tan bello entorno de aire puro y
belleza singular, ya sean estas, gentes del caserío y la comarca o visitantes
de allende la misma, llegados algunos de la ciudad capital o incluso de aún más
lejanos lugares.
Pero hete aquí que
por su condición de espacio protegido de la especulación humana, ya sea en su
voracidad constructora/destructora, ya en su afán crematístico/recaudador, no
despierta el interés que mereciera de aquellos que por rango, atribución y
responsabilidad adquirida debieran ocuparse de su cuidado y defensa, dando
lugar a un evidente deterioro del idílico lugar que resulta contaminado por los
despojos de algunas personas insensibles, habiendo sido pasto en el estío de la
llama aniquiladora y en días pasados de la tala indiscriminada por causa de la manifiesta dejadez de los que
teniendo potestad y obligación de mantener el debido aseo y policía del lugar
no mueven uno solo de sus orlados dedos para el
cumplimiento de la labor en ellos delegada.
Y no es de recibo en
esta historia la vana palabrería y burdo engaño del “tomo nota”, “no se
pudieron iniciar las actuaciones pertinentes”, “escapa a nuestras
competencias”, etc, pues, como popularmente se dice, quien quiere puede y el
actual estado de degradación del sufrido enclave es consecuencia de flagrantes
inacciones y omisiones.
Para rematar la faena
asistimos en la actualidad a una última ofensiva contra la integridad de La
Cabilda en forma de proyecto de construcción de una infraestructura funeraria
de dudosa urgencia para la mayoría del vecindario, no así para quien espere
obtener lucro de tan luctuosa iniciativa, que supondría un desgarro en
importante zona del parque y que genera, cuando menos, controversia y
disparidad de criterios entre el conjunto de los hoyenses, no encontrándose a
día de hoy un punto de encuentro en común.
Ojalá que con el
concurso de cuantos aspiramos a la preservación de nuestro y de todos querido
Parque de La Cabilda consigamos que las agresiones y dejaciones por el sufridas
queden como ignominioso vestigio del pasado y en el futuro postreras
generaciones puedan seguir disfrutando cívicamente de sus bondades.
Queden pues estas líneas como sentido tributo
en la esperanza de que nunca se conviertan en el réquiem que las titula.
José Ignacio Álvarez
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