miércoles, 19 de diciembre de 2012

Réquiem por La Cabilda.


El rojo de la colina.                                      
                   
Siendo La Cabilda singular paraje, dehesa adornada de grandes alcornoques, encinas, enebros y  jaras, hábitat natural de aves y reptiles autóctonos, constituye un regalo de la naturaleza para cuantas personas buscan relajo y sano esparcimiento en tan bello entorno de aire puro y belleza singular, ya sean estas, gentes del caserío y la comarca o visitantes de allende la misma, llegados algunos de la ciudad capital o incluso de aún más lejanos lugares.
Pero hete aquí que por su condición de espacio protegido de la especulación humana, ya sea en su voracidad constructora/destructora, ya en su afán crematístico/recaudador, no despierta el interés que mereciera de aquellos que por rango, atribución y responsabilidad adquirida debieran ocuparse de su cuidado y defensa, dando lugar a un evidente deterioro del idílico lugar que resulta contaminado por los despojos de algunas personas insensibles, habiendo sido pasto en el estío de la llama aniquiladora y en días pasados de la tala indiscriminada  por causa de la manifiesta dejadez de los que teniendo potestad y obligación de mantener el debido aseo y policía del lugar no mueven uno solo de sus orlados dedos para el  cumplimiento de la labor en ellos delegada.
Y no es de recibo en esta historia la vana palabrería y burdo engaño del “tomo nota”, “no se pudieron iniciar las actuaciones pertinentes”, “escapa a nuestras competencias”, etc, pues, como popularmente se dice, quien quiere puede y el actual estado de degradación del sufrido enclave es consecuencia de flagrantes inacciones y omisiones.
Para rematar la faena asistimos en la actualidad a una última ofensiva contra la integridad de La Cabilda en forma de proyecto de construcción de una infraestructura funeraria de dudosa urgencia para la mayoría del vecindario, no así para quien espere obtener lucro de tan luctuosa iniciativa, que supondría un desgarro en importante zona del parque y que genera, cuando menos, controversia y disparidad de criterios entre el conjunto de los hoyenses, no encontrándose a día de hoy un punto de encuentro en común.
Ojalá que con el concurso de cuantos aspiramos a la preservación de nuestro y de todos querido Parque de La Cabilda consigamos que las agresiones y dejaciones por el sufridas queden como ignominioso vestigio del pasado y en el futuro postreras generaciones puedan seguir disfrutando cívicamente de sus bondades.
 Queden pues estas líneas como sentido tributo en la esperanza de que nunca se conviertan en el réquiem que las titula.

José Ignacio Álvarez

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